martes, 31 de octubre de 2017

"La nave del odio, el desvarío de los canallas" - Sebastián Sica



                                        

Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación” afirmaba Lacan en el año 1967.

Es lo que recordábamos al leer con estupor la noticia de que el grupo neofascista europeo denominado Generación Identitaria hará zarpar una nave que se dedicará en el Mediterráneo a patrullar las aguas de Libia,  con el fin de rechazar a los inmigrantes que intentan llegar a Europa.

La misión ha sido bautizada “Defender Europa” por el grupo de ultraderecha -conformado por nueve países europeos- para interceptar los barcos de  inmigrantes y “después contactar a la Guardia Costera Libia y devolverlos a ese país para que puedan ser detenidos los traficantes”.
Sin pudor, los voceros del grupo publicaron en su web que “cada semana, cada día, cada hora los barcos llenos de inmigrantes ilegales están inundando las aguas europeas, se está produciendo una invasión.”

Con elegantes eufemismos o recurriendo al lifting semántico – como prefiere decir Gilles Lipovetzky-, los xenófobos de esa derecha que crece de manera exponencial en casi todos los continentes, pretenden implantar discursos que justifiquen acciones que los erijan como los únicos representantes “del Bien y la Belleza”, las dos categorías morales que Lacan tanto acentuaba en su seminario sobre la ética del psicoanálisis.

¿Qué persiguen? Por encima de todo – y de todos- se asumen en el papel mesiánico con el que tanto se solazan para salvarnos, para salvar al mundo: por un lado- afirman sus integrantes sin ningún tipo de vergüenza- se proponen salvaguardar a los inmigrantes y en un mismo movimiento defender a los ciudadanos europeos de lo que llaman un “etnocidio” ya que la llegada de los extranjeros “destruye la identidad, los valores antiguos,  las costumbres, la patria”.

Como afirma Roberto Espósito en su libro “Immunitas”, uno está tentado de preguntarse ¿qué podrían tener en común en nuestra época eventos tan disímiles como el refuerzo de las barreras contra la inmigración,  la lucha contra un brote epidémico, , la paranoia respecto de un ataque bacteriológico o por parte de hackers informáticos? El autor responde que se trata del concepto de “inmunización”, categoría que recorta transversalmente y permite leer sucesos diversos y pertenecientes a campos heterogéneos.

Es una  inmunización frente a los “peligrosos inmigrantes” de lo que se trata, aquellos que podrían alterar el orden público o representar algún riesgo biológico o de otra índole a la pureza del país hospedante.

Si bien resulta muy justo el nombre que le han puesto sus detractores a ese barco infame, “la nave del odio”, en sentido estricto  no se trata de odio sino, lisa y llanamente, de la lógica del  racismo.

Según Lacan, el odio y el amor constituyen una serie continua, a la manera de una banda de moebius, donde el derecho se convierte en el revés; de hecho acuñó el neologismo “odioamoración” para referirse a esa estructura y dejar de lado la noción freudiana de ambivalencia. Pero no se trata en este caso de esta clase de estructura: ningún amor, ningún  altruismo por los extranjeros.

En el año 1973, en la televisión francesa (emisión cuyo texto completo los lectores conocemos como “Televisión”), Jacques Lacan era interrogado acerca de su profecía sobre un nuevo ascenso del fascismo y respondía:

“En el desvarío de nuestro goce, sólo existe el Otro para situarlo, pero sólo en tanto que estamos separados. (…) Lo que no se podría es abandonar a ese Otro a su modo de goce, sino a condición de no imponerle el nuestro, de no tenerlo por un subdesarrollado.”

La tesis de Lacan sobre el racismo se apoya en el hecho de que dado que el sujeto hablante – parlêtre lo llamará en los últimos años de su enseñanza-  ignora de manera estructural el goce que lo comanda, es el rechazo del goce del Otro aquello que le otorga la ilusión de orientarlo.

Rechazar el goce del Otro, o  colonizarlo para reconducirlo en las vías de la normalización, es decir, modos de goce escritos y establecidos en nombre del Bien- sobre el que no conviene ponerse a dudar ya que casualmente siempre coincide con los ideales de los “buenos”.

Erigir fronteras simbólicas o en ocasiones reales, otorga el espejismo para algunos de poder  trazar las coordenadas de lo sano y de lo enfermo, lo bueno y lo malo,  situar el rostro del mal, incluso su anatomía, para poder perseguirlo, rodearlo y neutralizarlo.

Como una variante invertida de aquella nave de  los locos descripta por Michel Foucault en su libro Historia de la locura en la época clásica – ese navío a bordo del cual se deportaba a los “locos e insensatos” para expulsarlos a una existencia errante- esta vez la Historia quiere que la embarcación sea tripulada por los representantes de la Moral, pero con el mismo fin: la exclusión del Otro.

Los nombres del racismo son disímiles y se esconden en cualquier discurso, más aún en los más decorosos. Desde el muro para separar Méjico de los Estados Unidos,  la criminalización de la pobreza, pasando por la exclusión de los leprosos o de las diversidades sexuales, hasta los campos de exterminio de los nazis, la historia actual y pasada del racismo y los procesos de segregación ofrece un arco interminable, de lo más atroz a lo más sutil. Es fácil para el lector agregar ejemplos a la lista.

En la sesión del 17 de junio de 1970, durante el seminario El reverso del psicoanálisis, Lacan afirmaba: 

Es preciso decirlo, morir de vergüenza es un efecto que raramente se consigue.”



Es cierto: el destino del canalla nunca será morir de vergüenza.



                                                      "La nave de los locos", El Bosco