Es por todos
conocido que, al menos en Argentina, la gran mayoría de los
psicoanalistas hemos leído y releído, asidua y rigurosamente, las Obras
Completas de Sigmund Freud. Podemos citar de memoria fragmentos enteros de sus ensayos, ubicando el año, el contexto, los interlocutores a quienes
Freud se dirigía, etc.
Sin embargo, con
la enseñanza que Jacques Lacan impartiera entre los años 1953 – 1980 ha
ocurrido un curioso fenómeno: si bien hay un número importante de psicoanalistas
que se hacen representar por el término “lacanianos”, se verifica que no hay un
trabajo de lectura de igual magnitud sobre sus seminarios y escritos que con los textos freudianos.
A esto han
contribuido varios factores, como por ejemplo el hecho – bastante sintomático
por cierto- de que aún no han sido publicados un gran número de sus seminarios,
o el estilo críptico que le valió el apelativo de “el Góngora del psicoanálisis”,
entre otros.
Lo que ha
proliferado en su lugar es una versión de salón que lo reduce a una jerga inconexa
que nadie interroga, repleta de aforismos a los cuales no se les reclama su
articulación con el resto de la teoría, algo así como un Lacan de bolsillo y de
tinte materialista que de ningún modo es equivalente al autor que se descubre
cuando se abordan los pliegues de sus textos de manera directa.
Se producen,
entonces- como risueñas paradojas russellianas- psicoanalistas que se dicen
lacanianos y que no leen a Lacan pero repiten una jerga que lo distorsiona.
El propósito de
esta página es propiciar un acercamiento directo a los textos lacanianos,
causar el deseo de saber que posibilite asumir una posición de analizante respecto de
una enseñanza que trazó un antes y un después en la historia del psicoanálisis
y cuya consecuencia mayor, asentada en una posición ética, es ni más ni menos
que clínica.
Se trata,
entonces, de leer a Lacan.