miércoles, 23 de marzo de 2011

Lectura de "Posición del inconsciente" parte 4: el inconsciente y la enunciación.


  Vinculado a una lógica temporal de apertura y cierre, el inconsciente es situado por Lacan como un efecto propio del decir, del ejercicio de la palabra: “El inconsciente es lo que decimos, si queremos entender lo que Freud presenta en sus tesis.”

 Esta conceptualización del inconsciente como fenómeno que se produce en acto, es consecuencia de lo que podría designarse como un verdadero paradigma: la lógica del significante.
Para referirse a esta estructura no sustancial del inconsciente, Lacan apelará en el texto que nos ocupa  a la diferenciación lingüística del sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación:
“…la presencia del inconsciente, por situarse en el lugar del Otro, ha de buscarse en todo discurso, en su enunciación.” (Posición del inconsciente, Escritos 2, pág. 813)

Ha de tomarse en cuenta que el término “discurso” es utilizado por Lacan en un sentido coloquial, ya que recién lo utilizará como un concepto a partir del Seminario El reverso del psicoanálisis correspondiente a los años 1969-70. Por lo tanto, en este caso se refiere al acto de palabra, que permite diferenciar al hablante de sus dichos, bajo las categorías de “enunciado” –lo efectivamente pronunciado- y la “enunciación” –el acto mismo del decir-.

Los lectores de Freud recordarán un excelente ejemplo de la esquizia que el decir impone al sujeto en el historial del Hombre de las ratas:
“ A los doce años de edad amaba a una niña, hermana de un amigo (…), pero ella no era con él todo lo tierna que él deseaba. Y entonces le acudió la idea de que ella le mostraría amor si a él le ocurría una desgracia; se le puso en la cabeza que esta podía ser la muerte de su padre. Rechazó esta idea enseguida y enérgicamente. Aún ahora se defiende de la posibilidad de haber exteriorizado con ello un «deseo».
-“ Es que fue sólo una «conexión de pensamiento».
- Yo le objeto: Si no era un deseo, ¿por qué la revuelta?
 – “Bueno,  sólo por el contenido de la representación: que mi padre pueda morir.
- Yo: “Trata a ese texto como a uno de lesa majestad; según es sabido, se castiga igual que alguien diga «El emperador es un asno» o que disfrace así esas palabras prohibidas: «Si alguien dice (“el emperador es un asno”). . ., tendrá que habérselas conmigo».

En el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” Lacan lo dirá de esta manera:
Recordemos el ingenuo tropiezo en el que el medidor del nivel mental se regocija al sorprender al niño que enuncia: tengo tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo.  Pero ello es completamente natural, en primer lugar, se cuentan los tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo, y, además, hay yo al nivel en que se emite que tengo que pensar el primer yo, es decir, yo que cuento.” (Seminario 11, Editorial Paidós, pág. 28)
En efecto, el yo que enuncia, el yo de la enunciación no es lo mismo que el yo del enunciado, es decir, el shifter que, en el enunciado, lo designa.” (Seminario 11, Editorial Paidós, pág. 145)
Toda enunciación habla del deseo y es animada por él” (Seminario 11, pág. 147)

Otro ejemplo sencillo es el del paciente que dice a su analista: “No le voy a decir que las sesiones me resultan cortas…”: a pesar del enunciado, está dicho.
En este caso, lo inconsciente será la intención que se articula en la brecha del enunciado y la enunciación, produciendo el efecto paradójico al que Freud hacía referencia al decir que el inconsciente no conoce la contradicción.

EL sujeto tendrá entonces una existencia “puntual y evanescente” (Seminario 20, Editorial Paidós, pág. 172) en tanto será el efecto retroactivo a la enunciación: no hay inconsciente por fuera de su puesta en acto, que es lo que le brindará su estatuto ético y no ontológico.

De esto se desprende una consecuencia clínica muchas veces descuidada por los psicoanalistas que nos vinculamos a los textos lacanianos, y es que ningún fenómeno podrá ser considerado, a priori, como una formación del inconsciente: un sueño, un acto fallido, un lapsus, solo tendrán el carácter de puesta en acto del inconsciente en la medida que impliquen un corte, una discontinuidad, un encuentro o un desencuentro retroactivos para el hablante, más allá de lo que éste esperaba o tenía la intención de decir.