No puedo quejarme de no tener respuesta, en el sentido en
que la palabra "respuesta" quiere decir abundancia. No puedo quejarme
de ello, diría incluso más: me lamento de ello. Pero un lamento no es
necesariamente una queja.
Uno imagina que la represión originaria debió ser un agujero. Pero es puramente
imaginario.
Lo que forma el agujero no es la represión, es lo que está alrededor, y que me
he permitido llamar lo simbólico: no sin reservas, una reserva en parte mía.
Me precipité a darle cuerpo en la lingüística. No puede decirse que esta
lingüística me aliente. Es singular que alguien como Roman Jakobson tenga
tantas reservas sobre Frege. Frege se esforzó por explicar cómo todo el
palabrerío, el bla bla bla de la palabra, logra algo que puede tomar cuerpo, y
en lo real.
Para que eso tome cuerpo en lo real, Frege fue llevado a un juego de escrituras
cuyo estatuto aún está pendiente. ¿Por qué todas las tonterías verdaderamente
sin límite de lo que se dice, por qué eso daría acceso a lo real?
Sin embargo, el hecho es que, sin que uno pueda saber cómo ocurre, el lenguaje
sabe contar. ¿O es que la gente sabe contar gracias al lenguaje? Esto todavía
no ha sido dilucidado. Pero es sorprendente que la escritura no esclarezca la
función del número, sino por aquello que llamé —habiéndolo descubierto en
Freud— el rasgo unario. Por lo tanto, esta función del número es lo que da
acceso, no directamente, a lo real.
Intenté articular lo real en la cadena borromea.
La cadena borromea no es, contrariamente a lo que se dice, un nudo. Es, para
hablar con propiedad, una cadena, una cadena que tiene sólo esta propiedad: si
se separa cualquiera de sus elementos, cada uno de los otros queda, por este
hecho, liberado de los otros. Si el agujero fuera otro asunto, aquello
difícilmente se concebiría.
Si planteé hace poco la pregunta de qué es un agujero, es porque espero sacar
partido de ello este año, pero no se da en bandeja.
Lo que me deja pasmado es que lo que pude hacer hasta ahora les haya bastado.
Debo creer que el lugar no estaba lleno de cierto palabrerío —pues a fin de
cuentas, todo eso, es sólo palabrerío, me temo —aun cuando haya pequeños
elementos que me hacen pensar que, sin embargo, evito hacer filosofía, que me
ponen a mí mismo a resguardo—.
La filosofía: no hay más que una, y es siempre teológica, como se han dado
cuentas todos en mi campo, incluso hace poco alguien escribía en el pizarrón
"teología-filosofía". Salirse de la filosofía y a la vez de la
teología no es fácil, y se necesita un increíble tamizado, luego del cual pueda
decirse que el psicoanálisis es algo que permanece. Este es constantemente
puesto a prueba, da ciertos resultado, pero pienso que no hay progreso, que
incluso no hay progreso concebible, que no hay ninguna especie de esperanza de
progreso. Esto es lo que me permito poner en el centro de todo lo que
elucubramos, de tal modo que no nos imaginemos que hemos derribado montañas. Lo
que cogitamos no va muy lejos. Por mi parte, he intentado poner de manifiesto
la coherencia, la consistencia de lo que fue pensado por Freud —soy un
epígono—. Es la obra de un comentador. Freud es alguien de tal manera nuevo
—nuevo en la historia, suponiendo que haya historia, aparte de esta clase de
emergencias—, Freud es alguien de tal manera nuevo que todavía falta darse
cuenta de lo abrupto de lo que ha pensado. Este abrupto es el que me he
propuesto encerar, lustrar, sacarle brillo. Me sorprende que nadie más que yo
se haya propuesto realizar esta operación, a no ser para repetirla de forma
insípida; "insípida" quiere decir sin sabor.
Los coscorrones con los que Freud animó a cierta cantidad de personas son
evidentemente impresionantes con respecto a lo que se refiere a las mujeres.
Las mujeres analistas son las únicas que parecen haber sentido un poco de
cosquillas con los llamados coscorrones. Si es cierto que hay una vaga
oscilación entre lo que llamamos prehistoria e historia, será del lado de las
mujeres donde la encontraremos. Es singular que Freud, a partir de una total y
verdadera incomprensión de lo que era, no la mujer, puesto que digo que no
existe, sino de las mujeres, haya logrado conmoverlas, al punto de arrancarles
—es el colmo del psicoanálisis— algunos cabos de algo de lo que no tienen la
menor idea, hablo de una idea captada, a saber, de la manera en que ellas se
sienten. Es un resultado notable que las mujeres hayan llegado a decir algo que
se parece a una verdad sobre eso. Gracias a Freud, contamos con algunas
confidencias de mujeres. Ocurre incluso que las mujeres se arriesgan en el psicoanálisis,
he dicho lo que pienso de ello: a saber, lo que esta especie de provocación
freudiana ha sacado de ellas les da un derecho completamente excepcional para
sacar de otros, de cierta cantidad de bebés llamados hombres, algo que se
parece a una verdad.
Con cierta cantidad de cosas que llamamos "matemas", y que yo también
llamo con el mismo nombre, he intentado marcar lugares y definir cuatro
discursos con ellos. Me he enterado en estas jornadas de que había definido más
de cuatro. Yo sólo retuve cuatro.
Se ha mencionado hoy que yo había hablado del discurso del filósofo. Esto me
sorprendería, pero quizá si veo las cosas reproducidas por Jacques-Alain Miller
de lo que pude haber dicho sobre este asunto, estaría obligado a creerlo. Estos
cuatro discursos, me he roto verdaderamente la cabeza durante las vacaciones
recientes para intentar deducir otros, no lo logré, y por eso pienso que estos
discursos en sí mismos no constituyen materias, sino relaciones entre un
determinado de lugares.
Sé bien que los lugares, lo recordamos hace poco, cumplen una función en la
teoría de conjuntos. Pero no es seguro que la teoría de conjuntos explique algo
en psicoanálisis. No hay conjunto de lo simbólico, de lo imaginario y de lo
real. Hay algo que se funda en una heterogeneidad radical, y, sin embargo,
gracias a la existencia de ese utensilio que es el hombre, se ve realizado lo
que llamamos un nudo, que no es un nudo, sino una cadena.
De lo que no hay duda es de que el hombre está efectivamente encadenado por
esta cadena. Es curioso que esta cadena permita la constitución de
falsos-agujeros, constituidos cada uno por el pliegue de un agujero sobre otro.
Esta noción de falsos-agujeros me conduce, desde luego, a plantear la pregunta
de saber qué es un agujero que sea un verdadero agujero. Dos verdaderos
agujeros hacen un agujero falso. Por eso el dos es un personaje tan sospechoso,
y es necesario llegar al tres para que eso se sostenga.
Esto es lo que creo poder responder a las preguntas que me han hecho.
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