“Nuestro porvenir de mercados
comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los
procesos de segregación” afirmaba Lacan en el año 1967.
Es lo que recordábamos al leer
con estupor la noticia de que el grupo neofascista europeo denominado
Generación Identitaria hará zarpar una nave que se
dedicará en el Mediterráneo a patrullar las aguas de Libia, con el fin de rechazar a los inmigrantes que
intentan llegar a Europa.
La misión ha sido bautizada
“Defender Europa” por el grupo de ultraderecha -conformado por nueve países
europeos- para interceptar los barcos de
inmigrantes y “después contactar a la Guardia Costera Libia y
devolverlos a ese país para que puedan ser detenidos los traficantes”.
Sin pudor, los voceros del grupo
publicaron en su web que “cada semana, cada día, cada hora los barcos llenos de
inmigrantes ilegales están inundando las aguas europeas, se está produciendo
una invasión.”
Con elegantes eufemismos o
recurriendo al lifting semántico – como prefiere decir Gilles Lipovetzky-, los
xenófobos de esa derecha que crece de manera exponencial en casi todos los
continentes, pretenden implantar discursos que justifiquen acciones que los
erijan como los únicos representantes “del Bien y la Belleza”, las dos
categorías morales que Lacan tanto acentuaba en su seminario sobre la ética del
psicoanálisis.
¿Qué persiguen? Por encima de
todo – y de todos- se asumen en el papel mesiánico con el que tanto se solazan
para salvarnos, para salvar al mundo: por un lado- afirman sus integrantes sin
ningún tipo de vergüenza- se proponen salvaguardar a los inmigrantes y en un
mismo movimiento defender a los ciudadanos europeos de lo que llaman un
“etnocidio” ya que la llegada de los extranjeros “destruye la identidad, los
valores antiguos, las costumbres, la
patria”.
Como afirma Roberto Espósito en
su libro “Immunitas”, uno está tentado de preguntarse ¿qué podrían tener en
común en nuestra época eventos tan disímiles como el refuerzo de las barreras
contra la inmigración, la lucha contra
un brote epidémico, , la paranoia respecto de un ataque bacteriológico o por
parte de hackers informáticos? El autor responde que se trata del concepto de
“inmunización”, categoría que recorta transversalmente y permite leer sucesos
diversos y pertenecientes a campos heterogéneos.
Es una inmunización frente a los “peligrosos
inmigrantes” de lo que se trata, aquellos que podrían alterar el orden público
o representar algún riesgo biológico o de otra índole a la pureza del país
hospedante.
Si bien resulta muy justo el
nombre que le han puesto sus detractores a ese barco infame, “la nave del
odio”, en sentido estricto no se trata
de odio sino, lisa y llanamente, de la lógica del racismo.
Según Lacan, el odio y el amor
constituyen una serie continua, a la manera de una banda de moebius, donde el
derecho se convierte en el revés; de hecho acuñó el neologismo “odioamoración”
para referirse a esa estructura y dejar de lado la noción freudiana de
ambivalencia. Pero no se trata en este caso de esta clase de estructura: ningún
amor, ningún altruismo por los
extranjeros.
En el año 1973, en la televisión
francesa (emisión cuyo texto completo los lectores conocemos como
“Televisión”), Jacques Lacan era interrogado acerca de su profecía sobre un
nuevo ascenso del fascismo y respondía:
“En el desvarío de nuestro goce, sólo existe el Otro para situarlo,
pero sólo en tanto que estamos separados. (…) Lo que no se podría es abandonar
a ese Otro a su modo de goce, sino a condición de no imponerle el nuestro, de
no tenerlo por un subdesarrollado.”
La tesis de Lacan sobre el
racismo se apoya en el hecho de que dado que el sujeto hablante – parlêtre lo
llamará en los últimos años de su enseñanza- ignora de manera estructural el goce que lo
comanda, es el rechazo del goce del Otro aquello que le otorga la ilusión de
orientarlo.
Rechazar el goce del Otro, o colonizarlo para reconducirlo en las vías de
la normalización, es decir, modos de goce escritos y establecidos en nombre del
Bien- sobre el que no conviene ponerse a dudar ya que casualmente siempre
coincide con los ideales de los “buenos”.
Erigir fronteras simbólicas o en
ocasiones reales, otorga el espejismo para algunos de poder trazar las coordenadas de lo sano y de lo
enfermo, lo bueno y lo malo, situar el
rostro del mal, incluso su anatomía, para poder perseguirlo, rodearlo y
neutralizarlo.
Como una variante invertida de
aquella nave de los locos descripta por
Michel Foucault en su libro Historia de la locura en la época clásica – ese
navío a bordo del cual se deportaba a los “locos e insensatos” para expulsarlos
a una existencia errante- esta vez la Historia quiere que la embarcación sea
tripulada por los representantes de la Moral, pero con el mismo fin: la
exclusión del Otro.
Los nombres del racismo son
disímiles y se esconden en cualquier discurso, más aún en los más decorosos.
Desde el muro para separar Méjico de los Estados Unidos, la
criminalización de la pobreza, pasando por la exclusión de los leprosos o de
las diversidades sexuales, hasta los campos de exterminio de los nazis, la
historia actual y pasada del racismo y los procesos de segregación ofrece un
arco interminable, de lo más atroz a lo más sutil. Es fácil para el lector
agregar ejemplos a la lista.
En la sesión del 17 de junio de
1970, durante el seminario El reverso del psicoanálisis, Lacan afirmaba:
“Es
preciso decirlo, morir de vergüenza es un efecto que raramente se consigue.”
Es cierto: el destino del canalla
nunca será morir de vergüenza.
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