En la entrada anterior sobre “Clínica lacaniana” mencionábamos
los reparos que Lacan tuvo a lo largo de su enseñanza para hablar de su propia
práctica.
Aquí recortamos un fragmento de
la clase del 6 de enero de 1972 correspondiente al Seminario “El saber
del psicoanalista” (
publicado por la Editorial Paidós como “Hablo a las paredes” ) donde
Lacan hace referencia a una anécdota en la que cuenta públicamente un breve
evento vinculado a una cura que él conducía y la razón por la cual
luego prefirió ser más prudente:
“A Sainte-Anne no llegué a hablar
sino muy tarde, quiero decir que no se me había ocurrido antes, salvo para
cumplir algunas tareas menores cuando era jefe de clínica. Relataba algunas
historias a los practicantes y
fue incluso ahí donde aprendí a ser cuidadoso con las historias que cuento. Un
día relaté la historia de la madre de un paciente, un encantador homosexual
al que yo analizaba, y que, no
pudiendo evitar lo que se veía venir, había dado este grito: ¡Y yo que creía
que él era impotente!
Cuento la historia y diez
personas de la asistencia -no había solo practicantes- la reconocen de
inmediato. No podía ser otra más que ella. Se dan cuenta ustedes de lo que es
una persona mundana. Fue toda una historia naturalmente, porque me lo
reprocharon, cuando yo no había contado absolutamente nada más que ese grito
sensacional.
Desde entonces, eso me inspira
mucha prudencia para la comunicación de casos.”
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