viernes, 26 de junio de 2020

Clínica lacaniana 3 - Seminario 10 "La angustia", Caso "La mujer teledirigida"



En la sesión del 20 de marzo de 1963, en medio de la articulación teórica entre los conceptos de  goce,  deseo y  angustia, Lacan hace referencia a una interesante viñeta de su propia práctica:

"Y para volver a la mujer, voy a intentar, yo también, con una de mis observaciones, hacerles sentir lo que entiendo decir en cuanto a su relación con el goce y el deseo.

Se trata de una mujer que, un día, me hace esta observación, que su marido, cuyas insistencias, si puedo decir, son fundantes en el matrimonio, la tiene abandonada desde hace un tiempo un poco demasiado largo para que ella no lo note, vista la manera con que ella acoge siempre lo que siente de su parte como más o menos torpe. Eso más bien la aliviaría. Sin embargo, de todos modos voy a extraer una frase por la cual ― no se precipiten en seguida para saborear una ironía que me sería atribuida de un modo completamente indebido ― ella se expresa así: “Poco importa que él me desee, con tal que no desee a otra”

No llegaré a decir que esto sea, ahí, una posición común ni regular. Esto no puede cobrar su valor sino por la continuación de la constelación tal como va a desarrollarse por las asociaciones que constituyen ese monólogo. He aquí entonces que ella habla de su estado, el de ella; ella habla de eso, una golondrina no hace verano, con una singular precisión. (…)

Al respecto, dice, me fastidia encadenar con lo que voy a decirle, eso no tiene ninguna relación, desde luego”. Me dice entonces que cada una de sus iniciativas me están dedicadas, a mí ― pienso que ustedes ya lo han comprendido desde hace tiempo, es a mí, quien soy su analista ―“no puedo decir consagradas, eso querría decir hacerlo con un determinado objetivo. No. Cualquier objeto me obliga a evocarlo a usted como testigo, incluso no para tener, de lo que veo, la aprobación. No, simplemente la mirada. Al decir esto, voy incluso un poquito demasiado lejos. Digamos que esa mirada me ayuda a hacer que cada cosa cobre su sentido”.


Al respecto, evocación irónica del tema hallado en una fecha juvenil de su vida, del título bien conocido de la pieza de Stève Passeur, «Viviré un gran amor». ¿Conoció ella en otros momentos de su vida esta referencia al *Otro? 
Esto la hace remitirse al comienzo de su vida matrimonial, luego remontarse más allá y testimoniar en efecto lo que fue en efecto, aquél que no se olvida, su primer amor. Se trataba de un estudiante del que estuvo rápidamente separada, con el cual quedó en correspondencia en el pleno sentido del tér-mino. Y todo lo que ella le escribía, dice, era verdaderamente “un tejido de mentiras” “Yo creaba hilo a hilo un personaje, lo que deseaba ser a sus ojos, que yo no era de ninguna manera. Eso fue, me temo, una empresa puramente novelesca, y que yo proseguí de la manera más obstinada”. “Envolverme, dice, en una especie de capullo”. Añade, muy tranquilamente: “Usted sabe, a él le costó confiarse...”.  

Al respecto, vuelve sobre lo que ella hace para mí: “Es todo lo contrario, lo que aquí me esfuerzo por ser; me esfuerzo por ser siempre verdadera, con usted. Cuando estoy con usted no escribo una no-vela; la escribo cuando no estoy con usted”. Vuelve sobre el tejido, siempre hilo a hilo, de esa dedicación de cada gesto que no es forzosamente un gesto que presuntamente me complazca, ni siquiera que forzosamente me deje conforme. No hace falta decir que ella forzaba su talento. Lo que ella quisiera, después de todo, no es tanto que yo la mire, es que mi mirada venga a sustituirse a la suya. “Es el auxilio de usted mismo que yo reclamo. La mirada, la mía, es insuficiente para captar todo lo que hay que absorber del exterior. No se trata de mirarme hacer, se trata de hacer por mí” En resumen, pongo término a esto, de lo que tengo todavía una gran página, de la que no quiero extraer más que la única palabra de mal gusto que allí sucede, en esta última página: “Yo estoy”, dice ella, “teledirigida”, lo que no expresa ninguna metáfora, ¡créanlo! No hay ningún sentimiento de influencia. Pero si yo vuelvo a sacar esta fórmula, es para recordarles que ustedes han podido leerla en los periódicos, a propósito de ese hombre de izquierda que, tras haberse envuelto en un falso atentado, creyó deber darnos ese ejemplo inmortal que, en la política, la izquierda es en efecto siempre, por la derecha, teleguiada."




Referencia extraída de El Seminario, Libro 10 , Ediciones Paidós, página 205







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