(Luego
de dictar la primera sesión del seminario El sinthome, fechada el 18 de
noviembre de 1975, Lacan emprende un viaje de aproximadamente 15 días a los
Estados Unidos, donde brindará una serie de conferencias y charlas en
Universidades. Allí tuvo un encuentro con Noam Chomsky- del que no se tiene un
registro escrito- , que Lacan refiere en la segunda sesión de su seminario, el
9 de diciembre.
Dada su
extensión, las presentamos en partes según la traducción de Ricardo Rodríguez
Ponte. El texto original se encuentra en Pas-tout Lacan, página web de la Ecole
lacanienne de psychanalyse, http://www.ecole-lacanienne.net. SS )
JACQUES LACAN EN YALE UNIVERSITY, KANZER SEMINAR
24 de Noviembre de 1975
No es
fácil… It is not easy to speak in a country wich is perfec-tly strange for
me.3 Ustedes ven, trato de hacerme
entender por todos, aunque mi inglés sea más bien elemental y aunque intento
mejorarlo — intento mejorarlo este año de manera un poco paradojal por medio de
la lectura ― por medio de la lectura de Joyce (risas). Uno de mis
oyentes, inspirado por mi reciente conferencia (una conferencia que me fue
pedida para abrir el congreso sobre Joyce)4 ― un oyente de mi seminario, donde la gente se apretuja en multitud,
para mi gran sorpresa como para la de todo el mundo y, naturalmente, yo no
había anunciado allí mi conferencia sobre Joyce ― escribió un artículo en una
re-vista francesa donde la literatura es particularmente retorcida. Torcida,
así. Pero a veces aparecen en esa revista algunas cosas que producen sentido ―
a veces mucho sentido ― y en particular lo que fue pro-puesto por mi oyente: él
propuso que después de Joyce la lengua inglesa no existía más.5
Evidentemente,
esto no es cierto, puesto que, hasta Finnegans Wake,6 Joyce respetó lo que Chomsky llama la “estructura
gramatical”. Pero, naturalmente, se las ha hecho ver duras a la palabra
inglesa. El llegó hasta inyectar en su propio género de inglés palabras
pertenecientes a un gran número de otras lenguas, incluido el noruego, y hasta
ciertas lenguas asiáticas; forzó las palabras de la lengua inglesa
constriñéndolas a admitir otros vocablos, vocablos que no son de ningún modo
respetables, si puedo decir, para alguien que emplee el inglés.
Podemos
decir que en inglés existen, en el conjunto, dos tipos de vocablos: los de raíz
latina y los llamados germánicos, que, de hecho, no son germánicos, sino que
pertenecen a otra rama del indoeuropeo: el anglosajón.
Es del
lado sajón que encontramos las raíces germánicas, pero, finalmente, hay algo
específico en el inglés para estudiar en tanto que tal para captar lo que lo
caracteriza en oposición a las otras lenguas.
Pero la
cosa importante, al menos tal como nosotros, los analistas, la concebimos, es
decir la verdad. Y, como tenemos de esta ver-dad una idea un poco particular,
sabemos que es muy difícil.
Y, como
ha sido convenido que yo hablaré primero y que habría preguntas a continuación,
me gustaría comenzar tomando lo que es justamente llamado contacto con ustedes,
que están aquí esta tarde, formulando — ¿por qué no? — algunas preguntas yo
mismo. Natural-mente, esto supone que ustedes quieran responder, así fuese con
otra pregunta.
Quisiera
ante todo dirigir una pregunta precisamente a los que han elegido proponerse
como psicoanalistas, quisiera preguntarles, y necesariamente tendré que
responder primero, cómo han llegado a lo que puede, después de todo, ser
razonablemente llamado su… job.7 Ser un analista es un job, y, de hecho, un job muy duro.
Es incluso un trabajo inhabitualmente fatigante, y, si retomo las palabras del
último analista que vi antes de esta visita a los Estados Unidos, él me confió
que tenía necesidad de descansar un poco entre cada uno de sus análisis, y que
eso daba su ritmo a su trabajo.
En cuanto
a mí, para decirles la verdad, no tengo tiempo para descansar entre dos
análisis. Esto porque, por el hecho de mi notoriedad, vienen muchas personas
para ser analizadas, para demandarme que los analice. Anoche, en la casa de
Shoshana Felman, un grupo de jóvenes me preguntó cómo elegía yo a mis
pacientes. Respondí que yo no los elegía así como así, sino que ellos tenían
que testimoniar de lo que esperaban como resultado de su pedido.
Ahora,
déjenme responder a mi pregunta: ¿cómo me volví psi-coanalista? Yo he llegado a
eso tarde, no antes de los treinta y cinco años. Había cometido lo que en
Francia se llama una tesis de doctora-do en medicina.8 No era mi primer escrito, pues una tesis tiene que
estar realmente escrita. Una tesis es, por definición, lo que tiene que ser
escrito y defendido. En ese tiempo, una tesis era asunto serio, por el cual uno
se exponía a la contradicción.
Hoy, uno
se presenta ante un jurado compuesto habitualmente por dos o tres de sus
antiguos jefes, perfectamente informados del tema que, lo más a menudo, ellos
le han sugerido. Este no era mi caso. Yo debí realmente imponer mi tesis. La
había llamado — esto es para los psiquiatras presentes — De la psicosis
paranoica en sus relaciones con la personalidad. Entonces yo era ingenuo.
Creía que la personalidad era cosa fácil de captar. Ya no me atrevería a dar
ese título a lo que estaba en cuestión, pues, de hecho, no creo que la psicosis
tenga algo que ver con la personalidad. La psicosis es un intento de rigor. En
este sentido, diría que yo soy psicótico. Soy psicótico por la sola razón de
que siempre he tratado de ser riguroso.
Esto
llega evidentemente bastante lejos, puesto que supone que los lógicos, por
ejemplo, que tienden hacia ese objetivo, los geómetras también, compartirían en
último análisis una cierta forma de psicosis. Hoy, yo pienso así. Para esta
tesis, no la había emprendido imprudentemente, yo había reunido treinta y tres
casos de psicosis: en ninguno encontré excepción a esta búsqueda de rigor.
Pero, como no se puede — contrariamente a la práctica común, pienso que no se
puede — hablar de treinta y tres casos (mi tesis hubiera tenido miles de
páginas), me contenté con escribir una tesis de un número razonable de páginas,
quiero decir de un volumen que pudiera ser tenido en la mano, y hablé allí de
uno de esos casos, el que me parecía ejemplar, especialmente en cuanto que la
persona en cuestión había cometido numerosos… escritos. Ella había cometido
esos escritos bajo la forma de numerosas cartas ultrajantes para un montón de
personas, quiero decir que ella era erotómana.
Un cierto
número de personas aquí saben, pienso, lo que es una erotómana: la erotomanía
implica la elección de una persona más o menos célebre y la idea de que esta
persona no está concernida más que por ustedes. Sería necesario encontrar cómo
echa raíces esta idea, aunque sea imposible hasta ahora.
Lo que es
seguro es que, una vez puesto en marcha el mecanismo, cada hecho prueba que el
ilustre personaje (en este caso una mujer) está en relación amorosa, no con la
personalidad, sino con la per-sona nombrada, designada por un cierto nombre. En
esa época, esa persona tenía su nombre en los periódicos a continuación del
gesto que había tenido contra una actriz entonces célebre, de manera coherente
con su erotomanía dirigida sobre esta actriz — del mismo modo que antes había
estado dirigida sobre otras celebridades (no es raro ver operar este
deslizamiento de una figura a otra). En todo caso, ella ha-bía herido un poco a
esta actriz y fue enviada a prisión. Yo me permití a mí mismo ser coherente, y
pensé que una persona que sabía siempre tan bien lo que hacía, sabía también a
qué la llevaría eso, y es un he-cho que su estadía en prisión la calmó. De un
día para otro desaparecieron sus hasta entonces rigurosas elucubraciones. Yo me
permití — tan psicótico como mi paciente — tomar esto en serio y pensar que, si
la prisión la había calmado, ahí estaba lo que ella había realmente bus-cado.
También di
a eso un nombre más bien bizarro: lo llamé “paranoia de autocastigo”.
Evidentemente, quizá era llevar la lógica un poco
lejos. Y eso me hizo observar que había en Freud algo del mismo orden. (...)(Continúa en "parte 2" , en este mismo blog )
Palabras clave: Jacques Lacan - Conferencias en Estados Unidos - 1975
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